Kara siempre había sentido que Rublyovka era más que un simple lugar; era un refugio y, a la vez, un laberinto. Con sus ojos azules que reflejaban el cielo nublado de Moscú, y su cabello largo que caía en suaves ondas, parecía una figura de un cuento de hadas. Desde los 15 años, vivía con su hermano